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Avenida Retail

Liquid Paper:el ingenio de una creativa secretaria 

7 de marzo 2022

Tiempo de lectura: 3 minutos

Antes de la llegada de las computadoras, el Liquid Paper era el equivalente a magia embotellada. Ayudaba a cubrir errores de mecanografía y no había persona que no tuviera una botellita en el cajón del escritorio, cuidando de no dejarlo destapado pues se convertía en un líquido pastoso imposible de aplicar. Esto todos lo sabemos, pero con seguridad ignoramos que detrás de este producto está la mente de una muy creativa secretaria, que fue quién lo inventó y de paso se hizo millonaria.

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En una época anterior a las computadoras (sí…alguna vez no existieron), y los programas que hoy hacen que podamos escribir con comodidad y olvidarnos de los errores, el mundo escribía con máquinas de escribir, mecánicas primero y luego eléctricas, donde por muchos años un error de tipeo pues obligaba a volver a escribir la hoja nuevamente. Todo cambió cuando durante la década de los cincuenta en el siglo pasado, apareció un producto que revolucionó el mundo y fue en su momento tan innovador como hoy podría ser el nuevo Iphone. Nos estamos referiendo al hoy común y corriente Liquid Paper…un invento que literalmente revolucionó las oficinas y la manera de trabajar.

Bette Nesmith Graham (1924-1980) una secretaria ejecutiva que trabajaba en un banco ubicado en Dallas, que realizaba labores nada extraordinarias pero necesarias, y que miles de otras mujeres en esa época también hacían; escondía un gran secreto: Bette no era la mejor mecanógrafa, se equivocaba constantemente y frente al temor de perder su trabajo, desarrolló astutamente -utilizando la licuadora de su casa- una mezcla de color blanco intenso que almacenaba en frascos de esmalte de uñas y que  llevaba clandestinamente a la oficina para pintar sobre el papel cada vez que cometía un error, para luego volver a escribir, y listo error eliminado...era como magia y lo mejor era "que nadie se daba cuenta".

La sustancia que Bette había inventado no era otra cosa que el Liquid Paper, un producto que de estar escondido en su cajón, pasó a ser parte de los suministros de oficinas en todo el mundo y se volvió el aliado perfecto de las secretarias que respiraban aliviadas al saber que con solo pintar la hoja con un poco de ese “mágico esmalte” sus problemas mecanográficos desaparecían para siempre.

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Para entender a Bette y su increíble historia vamos un poco para atrás. Debemos empezar comentando que Bette Graham no siempre se llamó así, su nombre era Bette Clair McMurray, hija de Jesse McMurray, un vendedor de repuestos de autos y Christine Duval, ama de casa. Nació en Dallas pero sus padres decidieron mudarse a San Antonio donde Bette asistió a la Alamo Heights High School. Era la típica familia norteamericana de clase trabajadora que vivía sin lujos, pero donde nunca faltó un plato caliente en la mesa. No fue una alumna especialmente destacada, en realidad era una alumna bastante promedio. 

Durante sus años escolares se enamoró perdidamente de uno de sus compañeros de clase: Warren Audrey Nesmith, con quien se casó cuando tenía 18 años, poco antes que él se enlistara en la marina y fuera enviado a luchar en la gran guerra -por si acaso nos referimos a la Segunda Guerra Mundial-. La despedida fue digna de una de película romántica, Bette movía un pañuelo desde el puerto mientras veía el barco alejarse, pero no se quedaba sola, para ese momento ya estaba embarazada de su primer y único hijo que nació en diciembre de 1942.

 

Después de año y medio de ausencia Warren regresó del frente de batalla, pero lo que inició como un tórrido romance, durante la convivencia diaria se convirtió en una pesadilla. Solo estuvieron juntos tres años. La pareja decidió separarse en 1946, cosa extraña en esa época, ya que no era común el divorcio y la situación de una mujer divorciada no era la más feliz. La rígida sociedad señalaba a las mujeres divorciadas y era como si tuvieran un letrero en la frente, que decía: “soy divorciada y te voy a quitar a tu marido”. Se refugió con su hijo en casa de sus padres, donde de alguna manera se encontraba protegida de las acusadoras miradas, pero en 1950 desafortunadamente falleció su padre y las cosas se complicaron a nivel económico. En ese momento la mejor decisión fue dejar San Antonio y volver a Dallas, lo hizo también en compañía de su madre, y su hermana menor. Se instalaron en una casa en los suburbios de la ciudad: nadie la conocía y menos sabían que era divorciada y esto le dio paz, pero había que trabajar, ya que su ex esposo brillaba por su ausencia. En ese momento Dallas era una dinámica ciudad que crecía vertiginosamente producto del boom pretolero y que ofrecía oportunidades, así Bette consiguió un trabajo como secretaria en el Texas Bank, logrando escalar debido a su dedicación hasta el cargo de secretaria ejecutiva, la máxima posición a la que una mujer podía aspirar en el mundo corporativo. 

 

Bette era trabajadora, responsable, pero ganaba poco, apenas $300 dolares al mes, monto con el cuál debía sacar adelante a su pequeño hijo. Con las justas llegaban a solventar los gastos del mes, y para colmo de males Bette no era una extraordinaria mecanógrafa, más bien era bastante mala y encima de un momento a otro le cambiaron la máquina de escribir mecánica por una eléctrica y no vayan a pensar que esto mejoró sus habilidades, todo lo contrario, las teclas de esta nueva máquina eran muy sensibles y si Bette se equivocaba con las máquinas mecánicas no pueden imaginar los errores que cometía con las nuevas máquinas…un toque con mucha fuerza disparaba el tambor y se repetían casi al infinito las letras. En una entrevista Bette comentó “en esa época me sentía tan frustrada que entraba al baño a llorar desconsoladamente”

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A pesar de ser mala mecanógrafa, Bette era muy observadora y una apasionada por el arte, en sus ratos libres acudía al Museo de Arte de Dallas y se quedaba por horas paseando por las diferentes salas. En muchas oportunidades se topó con restauradores en pleno trabajo y llamó su atención la forma como los pintores cubrían errores sin borrar el trabajo.

La forma de trabajar de los pintores en el museo le dio la idea de conseguir un poco de témpera blanca de secado rápido, diluirla y licuarla para luego envasarla y poderla llevar a la oficina. Con la ayuda de un pincel  empezó a cubrir sus errores y pronto se dio cuenta que esta manera de trabajar era mucho mejor que utilizar un borrador y que el resultado final era más prolijo.

Durante cinco años Bette se pasó utilizando témpera blanca casi a escondidas para corregir errores, y como era una perfeccionista le pidió ayuda al profesor de química de su hijo en el colegio, a fin de mejorar la fórmula. Él le explicó detalles básicos de química y poco a poco poniéndole un poco de esto y otro de aquello, llegó a un producto que se adaptaba perfectamente a las necesidades de la oficina y de su trabajo.

 

Durante esos años de trabajo furtivo con el mágico producto muchas de sus compañeras se dieron cuenta de su existencia  y Bette lo empezó a vender, para 1956 los pedidos eran tantos que decidió formalizar el emprendimiento,  -lo bautizó como Mistake Out-, organizando eficientemente en la cocina de su casa una pequeña fábrica. De día Bette era una muy eficiente secretaria y de noche manejaba una fábrica, pero un buen día debido a un accidente firmó una carta del banco con el nombre The Mistake Out Company. Su jefe se percató de todo y de inmediato la despidieron, pero esto no la aminaló,  vio el despido como una oportunidad y una señal que era el momento de dedicarse de lleno a su empresa. En 1958 presentó una solicitud para patentar el producto y le cambió el nombre  al de The Liquid Paper Company.

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Se avisoraba un futuro promisorio pero el producto no era perfecto, tenía un problema, se tardaba mucho en secar. Bette estaba convencida, que si el secado fuera más rápido el Liquid Paper tendría mucha más aceptación, y es por eso que decide sumergirse en la biblioteca pública y buscar asesoría de ingenieros químicos, que lograron llegar a un formula perfecta, que cubría errores y secaba casi de inmediato.

 

Con un producto perfecto Bette se lanzó a comercializarlo en forma. Se presentó en  ferias de artículos de oficinas en Dallas, San Antonio y Houston. Los distribuidores quedaron maravillados con el invento, parecía cosa de magia y como era de suponer los pedidos empezaron a llegar y acumularse…y el problema era que no tenía suficientes manos, necesitaban personal. Sus primeros trabajadores fueron su hijo adolescente y sus amigos. Por un dólar la hora, trabajaban en la cochera de la casa, usando botellas de salsa de tomate para verter la sustancia en pequeños envases de esmalte para uñas, colocaban las etiquetas a mano y cortaban en diagonal las puntas de los pinceles adheridos a las tapas.

 

En paralelo a todo esto, Bette se había vuelto a enamorar, esta vez de un ex compañero de trabajo, Robert Graham, con el cual se casó muy ilusionada en 1962 y así dejó de ser Bette Nesthim, para pasar a ser Bette Nesthim Graham, utilizaba los apellidos de sus  esposos "costumbres de la época".

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El Liquid Paper comenzó a cobrar popularidad. Escribieron acerca de este innovador producto en una revista de productos para oficina, y así  IBM y General Electric la buscaron. Ya no podía seguir trabajando en el garage de la casa y así se muda a una casa de cuatro habitaciones, y finalmente a una fábrica en el centro de Dallas. En 1968, inauguró una planta automatizada…ya lo demás es historia. En 1975, Liquid Paper producía 25 millones de botellas anualmente y tenía la participación más grande de un mercado multimillonario que Bette había creado, pero donde ya habían agresivos competidores como la marca Wite-Out -hoy de propiedad de BIC, la de los lapiceros-, pero Liquid Paper tenía la gran ventaja de ser el primero.

 

Desafortunadamente no todo era miel sobre hojuelas. Robert -el segundo marido de Bette-, adquirió una posición predominante en la empresa, al punto de pretender relegar a su esposa a un segundo lugar. La situación se hizo insostenible y se divorciaron en 1975, pero a pesar de la separación los problemas no cesaron: Robert Graham organizó a un grupo de ejecutivos para excluirla de todas las decisiones de la empresa. “No me permitían entrar a las instalaciones ni a nadie que tuviera relación conmigo…para colmo, intentaron cambiar la composición del Liquid Paper para poder quitarme los derechos por las regalías de la fórmula que yo había creado en mi cocina”, contó Bette.

 

En medio de esa lucha de poderes, y a pesar de su deteriorada salud, Bette logró mantener el control de la empresa y concretar la venta a Gillette por 47,5 millones de dólares y que a través de Paper Mate  -una empresa subsidiaría- se encargaría de llevar el Liquid Paper a todos los rincones del mundo. 

Bette falleció seis meses más tarde de haber vendido su amada empresa, el 12 de mayo de 1980 a causa de complicaciones producto de una embolia. Tenía solo 56 años, murió muy joven pero con la satisfacción de haber creado un imperio de la nada, que de paso la volvió millonaria, tuvo una gigantesca casa, manejaba un Rolls Royce, pero nunca se olvidó de sus humildes orígenes, creando dos fundaciones: la Fundación Gihon y la Fundación Bette Clair McMurray, que ofrecía becas y apoyos financieros a mujeres emprendedoras.

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Bette hizo realidad todos su sueños a nivel económico pero nunca logró la estabilidad emocional que deseó desde niña. Tenía muy en claro que la sociedad machista limitaba a la mujer en su desarrollo al punto que en 1977 declaró a una revista de negocios “La mayoría de los hombres son ignorantes. En realidad no comprenden nada…Así que las mujeres deben ser fieles a su determinación e incansables. No debemos rendirnos”.  Heredó toda su fortuna a su hijo, quien se hizo cargo de las fundaciones y continuó dando apoyos económicos a mujeres que luchaban por salir adelante. 

 

Hoy el Liquid Paper es un objeto ordinario, pero nadie imaginaría la historia de esfuerzo, pasión y coraje que encierra detrás y sobre todo el nombre de una gran mujer Bette Nesmith Graham, una sencilla secretaria que cambió la manera de trabajar en las oficinas de la segunda mitad del Siglo XX.

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