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Botero: La fantasía perfecta de la obesidad

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Sábado 16 de septiembre 2023

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Tiempo de lectura: 2 minutos

Un genio murió ayer, pero su legado permanercerá por siempre. El gran Fernando Botero partió a los 91 años en su casa de Mónaco, dejando un recuerdo imperecedero; ya que durante sus largos años de prolífica carrera, dejó un sello inconfundible en cada una de sus obras, donde los gorditos pasaron de ser las grandes estrellas de un mundo obsesamente perfecto, en el que el volumen, el sobre peso, las papadas y barrigas prominentes se conviertieron mágicamente en una fantasía perfecta de color, y finos detalles, con la capacidad de con solo verlas contar  una historia de principio a fin.  

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Este viernes 15 de septiembre murió el gran artista colombiano Fernando Botero (1932-2023)  en su casa de Mónaco, a los 91 años, de una neumonía de la cual lastimosamente no se pudo recuperar. Se fue el artista, pero nació una leyenda, que se forjó contra viento y marea en un entorno que quizás no era el más propicio para alguien interesado en el arte. Así lo confesó el pintor en una entrevista hace unos años: “La situación en la que me crié no era la más propicia para un artista, porque nací en Medellín, una provincia muy alejada del resto del país y de todos los países. Allí no había museos, ni galerías, ni coleccionistas. Sólo unos pocos pintores que prácticamente se morían de hambre, sobrevivían gracias a las escuelas primarias donde daban clases de dibujo. Por lo tanto a uno no se le presentaba un panorama muy alentador. Cuando empecé a pintar pensé que esto iba a ser mi suerte, pero se ha transformado en la gran sorpresa que me ha dado la vida. Empecé pintando acuarelitas de toros, después naturalezas muertas y paisajes. Así me fui enamorando de la pintura poco a poco”.

 

Botero se formó durante tres años en diferentes escuelas de Bellas Artes y se le puede considerar un autodidacta, pero el siempre consideró que su aprendizaje lo había hecho leyendo, visitando museos, observando, pero principalmente pintando lo que le salía del corazón.

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Los que han tenio la suerte de visitar el Museo Botero en Bogotá, fundado en el año 2000, en el tradicional barrio de La Calendaria, quedán impresionados con la obra del artista. Se trata de un patrimonio realmente impresionante de más de doscientas obras del propio Botero y un ciento de obras de otros artistas que eran parte de su colección personal; como por ejemplo obras de Picasso (1881-1973) y Chagall (1887-1985), por citar algunos. Vale la pena visitarlo.

 

Nadie puede poner en duda que Botero era un virtuoso, con la capacidad de inventar un mundo a partir de las raíces de la cultura popular colombiana y latinoamericana – pero también de su propia historia personal- lo que que se refleja en sus pinturas, dibujos y acuarelas, y posteriormente esculturas. Colombia es el personaje permanente de la obra de la obra del pintor, donde combina profunda realidad y ficción, pero también escenarios cotidianos, con personas comunes y corrientes  hermosamente voluptuosas, y donde se rinde tributo al cuerpo sin importar el volumen, o los estándares de belleza imperantes en la época que al artista le tocó vivir.  "Botero hizo de los gordos, unas estrellas, sin jamás burlarse, rindiéndoles un homenaje impecablemente respetuoso".

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Desde muy joven Botero tomó la decisión de ver el mundo y así a los veinte años después de ganar el segundo premio del Salón Nacional, se subió a un avión y partió a Europa. Pasó fugazmente por la Academia de San Fernando de Madrid y por la Academia de San Marcos en Florencia. También tomó clases sobre el arte del Quatrocento italiano. Ya de vuelta en su país, en 1958 y con todo lo aprendido en su viaje, ganó el primer premio del Salón Nacional con un óleo en homenaje al pintor italiano Andrea Mantegna (1431-1506). Tres años después se mudó a Nueva York y a comienzos de los años setenta se instaló en París. El mundo sería su casa, pero Colombia siempre su hogar.

El éxito de Botero radicó en ir en contra de la corriente y mantener a pesar de las críticas iniciales su estilo. Se inspiró en la pintura renacentista para lograr una obra provocadora, en un registro quizás anacrónico pero muy personal, que fue precisamente el que lo consagró; dejando retratados en sus obras personajes inventados que eran parte del día a día de los colombianos de a pie: religiosos, militares, políticos; así como fantásticas escenas de la cultura popular, centrada por ejemplo en las corridas de toros, y los prostíbulos. 

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Una de sus obras más importantes – que se puede ver en el museo que lleva su nombre – es el oleo que el pintor dedicó a la insurgencia colombiana pintado en 1999, donde “Manuel Marulanda ‘Tiro Fijo”, el que el campesino transformado en jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), aparece con un uniforme verde de combatiente, armado con una ametralladora, camuflado con el bosque como entorno, pero con las formas voluptuosas que caracterizaron al pintor. La obra recibió muchas críticas, pero Botero comentó que era un reflejo de los tiempos convulsos que Colombia vivía. 

 

El éxito de Botero radicó en ir en contra de la corriente y mantener a pesar de las críticas iniciales su estilo. Se inspiró en la pintura renacentista para lograr una obra provocadora, en un registro quizás anacrónico pero muy personal, que fue precisamente el que lo consagró; dejando retratados en sus obras personajes inventados que eran parte del día a día de los colombianos de a pie: religiosos, militares, políticos; así como fantásticas escenas de la cultura popular, centrada en los toros, y los prostíbulos. 

 

Los volúmenes corporales que siempre pintó el artista son, según su propia mirada, una exaltación de la belleza a la que siempre le saco partido añadiendo en cada personaje una cuota de sensualidad y el gusto por lo monumental.

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A mediados de la década del setenta sus esculturas empezaron a adquirir notoriedad, al punto que hoy son las que lo identifican mundialmente; utilizando materiales como el bronce y el mármol, aparecen mágicamente en parques y plazas; y reconocerlas resulta sencillo: llevan su sello.. Comenzó exponiendo tímidamente en París y a lo largo de los años hoy muchas ciudades del mundo cuentan con esculturas del artista, como un recuerdo inborrable de la obra de un genio. 

 

Es cierto que Botero partió ayer a un viaje definitivo, pero en cada parque, plaza, malecón, o estructura  donde se exhiben sus esculturas el artista seguirá vivo, cautivando a los que lo conocimos, o vivimos en su tiempo, pero también a los que lo conocerán, como hoy sucede con Miguel Ángel, o Velázquez. Buen viaje maestro...

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